Estimados amigos,
sigo leyendo con atención y agrado las contribuciones al debate. Curiosamente,
la pregunta por la categoría del “artista comunista” se conecta muy bien con la
nota que hace el profesor Zamorano sobre la polémica suscitada en Chile a raíz
de la Bienal Hispánica de 1951. Esto es una muestra que las relaciones entre
arte y política no han sido un “hallazgo” de las últimas décadas, como alguna
crítica ha instalado la hipótesis, sino que es un modo permanente de relación,
y que el trabajo en historia es reconstruir en cada período, en cada fase, en
cada coyuntura, escenas polémicas consecuentes. La gran contribución de esta
ponencia es que se considera, por vez primera en la escena chilena de 1951, una
lista del nivel de compromiso de un número determinado de artistas frente a una
situación de excepción. La lista que me llamó positivamente la atención fue,
justamente, aquella que enumera a los artistas que decidieron participar en la
bienal, porque denota la pertenencia de la mayoría de los firmantes a las estructuras de enseñanza de la
Universidad de Chile. De modo fraternal, quiero señalar que los participantes
pertenecen a la oficialidad docente de una Facultad, donde sus autoridades se
ufanan de haber derrotado a dos amenazas: la vanguardia francesa “fauvista” y
la pintura mexicana de propaganda. Es así como lo escribe el secretario de
estudios en la presentación del catálogo del único envío chileno a alguna
exposición en el exterior, en 1942 o 1943,
en la ciudad de Toledo (Ohio). En 1951, no han cambiado las condiciones
de envíos para el arte chileno y es comprensible que ningún artista considere
quedar fuera. Además, aquellos que promueven el boicot quedan descalificados,
obviamente, en su condición de “rojos”. No
cabe duda que la mención a este debate señala el estado de la escena plástica
chilena en ese entonces. Sin embargo, la mención que hace el profesor Zamorano
a la participación del crítico Romera resulta insuficiente. Solo menciona una
carta de Alvarez de Sotomayor, a título anecdótico, en la que sepulta
–indirectamente- el legado de la Generación del Trece, poniendo en aprietos la
proyección formal del primer grupo pictórico de carácter “plebeyo” reconocido
en la escena. Romera deja entrever que la descalificación política de Alvarez
de Sotomayor acarrea consigo la descalificación estética de dicha Generación
Pero no se aclara la posición expresa del propio Romera en el debate.
La ponencia del
profesor Zamorano tiene una virtud: comienza haciendo referencia a una
situación institucional que permite pensar que la Bienal Hispana realiza la
figura de una regresión, en relación al acontecimiento que tiene lugar en Chile
en 1950: la muestra francesa “De Manet a nuestros días”. Pero hay una segunda
virtud en el enunciado de la ponencia. En la lista de artistas que deciden
participar, hay una gran cantidad de profesores de la Escuela de Bellas Artes.
Al respecto, agrego una información que espero contribuya al debate actual
sobre la reconstrucción de las relaciones entre arte y política en 1950. En la
prensa de la época se entrevista a profesores de dicha escuela sobre el efecto
de la muestra francesa y éstos se afanan en declarar que la encuentran
peligrosa para el destino de la enseñanza de arte. Posición que es apoyada por
el crítico Nathanael Yáñez Silva. En definitiva, la muestra es un mal ejemplo.
Lo que no se señala es que los artistas franceses que representan a “nuestros
días” son Bazaine, Tal Coat, Singier, Manessier, Le Moal (marido de la escultora chilena residente en
París, Juana Muller). Si no me equivoco,
creo que estaba, también, De Stael, que será fundamental como referente para el
desarrollo de la pintura de Gracia Barrios. De modo que, la muestra francesa
expone los términos sobre los cuáles se va a organizar el desarrollo de la
plástica chilena, a lo largo de la década, sobre todo si se piensa que José
Balmes obtiene el gran premio del Salón de 1958.
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