miércoles, 6 de mayo de 2020

“Artista comunista” 1


Estimados amigos, he leído con mucha atención y agrado la contribución de Marcelo Ridenti, de la Universidad Estadual de Campinas. Abre un debate historiográfico sobre el estatuto del “artista comunista” en América Latina, en determinadas coyunturas. Me resulta muy estimulante  la lectura de su ponencia, en la medida que desde Brasil se levantan algunas propuestas para definir una posible categoría, sobre todo si atendemos a la existencia de los Clubes de Grabado, que desde los años cincuenta se establecen por el Brasil, organizados por artistas comunistas del grabado, que fundan clubes de cultura bajo la forma de clubes da gravura. De hecho, es con estoa estrutcura y, particularmente, con Scliar, que un grabador chileno como Carlos Hermosilla, se conecta epistolarmente entre los años cincuenta y sesenta. No sabemos mucho. Solo de oídas. Hay que hacer pesquisas sobre la correspondencia de Hermosilla, que en Chile es un artista comunista muy importante, en el arte del grabado. No solo porque produce una serie de grabados anti-fascistas en 1939-1940, que denomina “serie de Las Banderas”, sino porque es un miembro activo de un comunismo estético muralizante, que no tiene nada en común con otras tendencias plásticas, igualmente formadas por artistas que están en el partido comunista, pero que manifiestan, si se quiere, una mirada cosmopolita. Ellos están en el “arte contemporáneo” y combaten la influencia del muralismo mexicano y brasilero en Chile. Son otros comunistas, artistas, pero que se salen de la categoría “artista comunista”. La paradoja es que para ser aceptados en el mainstream del arte contemporáneo, se habrían visto obligados a des/comunizarse. Lo cual puede no ser efectivo, porque ya en los años setenta, la infracción permanente deviene canon estético y no es necesario hacer reivindicación alguna. En cambio, “artista comunista” es quizás una categoría que funciona, políticamente, entre mediados 1925 y 1955, en el marco de los congresos por la paz, durante  la “primera guerra fría”.
Hago mención al acto del Estadio Pacaembú, en 1948 o 1949, si no equivoco la fecha, cuando liberan a Luiz Carlos Prestes y es presentado en ese escenario or Pablo Neruda: “el pueblo habrá por su voz”, dice. De modo que “artista comunista” quizás sea una denominación que sea muy datada y que dependa de algunos elementos, tales como la  subordinación a la política cultural del Kominform, al jdanovismo y a la búsqueda de un cierto tipo de articulación  entre cultura popular y arte contemporáneo.

Habría que preguntar a nuestros colegas de Francia, si este es un fenómeno que se puede reconstruir en esta escena. Pienso, por ejemplo, en la gran exposición mexicana que se presenta en París a comienzos de los años cincuenta, y donde Benjamin Peret escribe  en contra de Siqueiros, que está presente en dicha exposición. Advierte a los fraceses que un ha venido un pintor que ha cambiado su pincel por una pistola, haciendo referencia a su participación en el primer atentado a Trotsky.

En muchos países no occidentales, que no se podría calificar de sostener una política cultural comunista, determinados intelectuales y artistas comunistas pasan a ocupar importantes cargos institucionales. Esto tiene que ver con políticas de prestigio más que con la encarnación de una utopía. Los comunistas practican un “entrismo” institucional que a la postre se revela muy eficaz, en el seno de estructuras estatales que carecen de especialistas, en una época –como los años sesenta- en que los aparatos universitarios ejercen funciones de ministerios de cultura avant-la-lettre.  Es lo que ocurrió en Chile entre los años sesenta y setenta. Es probable que esto haya tenido lugar, también, en algunas ciudades, en Brasil, en la misma época. Sin embargo,  en países de fragilidad estatal significativa esto  se saldó con razzias enormes. 

De todos modos, el acceso de las clases desfavorecidas al goce de bienes culturales universales, no es propio de un programa comunista. Hay una concepción burguesa que reivindica dicho culturalismo y que se hace responsable de las primeras polñiticas de difusión cultural, practicando un paternalismo muy propio de la época. Lo pienso en relación al surgimiento de un interés por la reivindicación de las artes populares, desde una mirada culturalista de corte germano, que fue muy popular en los años treinta. Todo esto tuvo una estrategia no-comunista de desarrollo de planes de “promoción popular”, llevados adelante por un gobierno demócrata-cristiano, entre 1964 y 1970. Programa al que los comunistas se “pliegan”, ocupando el aparato del Estado que debe llevar adelante dichos programas.

El regreso a la democracia, en Chile, todavía en 1990, se caracterizó por una exclusión en forma de todo personal comunista que pudiera habilitar la reconstrucción de su cultura partidaria, que había sido muy fuerte hasta 1973.

Gracias, Marcelo Ridenti, por su contribución.

Justo Pastor Mellado
AICA - Chile



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