Estimados amigos,
he leído con mucha atención y agrado la contribución de Marcelo Ridenti, de la
Universidad Estadual de Campinas. Abre un debate historiográfico sobre el
estatuto del “artista comunista” en América Latina, en determinadas coyunturas.
Me resulta muy estimulante la lectura de
su ponencia, en la medida que desde Brasil se levantan algunas propuestas para
definir una posible categoría, sobre todo si atendemos a la existencia de los
Clubes de Grabado, que desde los años cincuenta se establecen por el Brasil,
organizados por artistas comunistas del grabado, que fundan clubes de cultura
bajo la forma de clubes da gravura. De hecho, es con estoa estrutcura y,
particularmente, con Scliar, que un grabador chileno como Carlos Hermosilla, se
conecta epistolarmente entre los años cincuenta y sesenta. No sabemos mucho.
Solo de oídas. Hay que hacer pesquisas sobre la correspondencia de Hermosilla,
que en Chile es un artista comunista muy importante, en el arte del grabado. No
solo porque produce una serie de grabados anti-fascistas en 1939-1940, que
denomina “serie de Las Banderas”, sino porque es un miembro activo de un
comunismo estético muralizante, que no tiene nada en común con otras tendencias
plásticas, igualmente formadas por artistas que están en el partido comunista,
pero que manifiestan, si se quiere, una mirada cosmopolita. Ellos están en el
“arte contemporáneo” y combaten la influencia del muralismo mexicano y
brasilero en Chile. Son otros comunistas, artistas, pero que se salen de la
categoría “artista comunista”. La paradoja es que para ser aceptados en el
mainstream del arte contemporáneo, se habrían visto obligados a des/comunizarse.
Lo cual puede no ser efectivo, porque ya en los años setenta, la infracción
permanente deviene canon estético y no es necesario hacer reivindicación
alguna. En cambio, “artista comunista” es quizás una categoría que funciona,
políticamente, entre mediados 1925 y 1955, en el marco de los congresos por la
paz, durante la “primera guerra fría”.
Hago mención al
acto del Estadio Pacaembú, en 1948 o 1949, si no equivoco la fecha, cuando
liberan a Luiz Carlos Prestes y es presentado en ese escenario or Pablo Neruda:
“el pueblo habrá por su voz”, dice. De modo que “artista comunista” quizás sea
una denominación que sea muy datada y que dependa de algunos elementos, tales
como la subordinación a la política
cultural del Kominform, al jdanovismo y a la búsqueda de un cierto tipo de
articulación entre cultura popular y
arte contemporáneo.
Habría que
preguntar a nuestros colegas de Francia, si este es un fenómeno que se puede
reconstruir en esta escena. Pienso, por ejemplo, en la gran exposición mexicana
que se presenta en París a comienzos de los años cincuenta, y donde Benjamin
Peret escribe en contra de Siqueiros,
que está presente en dicha exposición. Advierte a los fraceses que un ha venido
un pintor que ha cambiado su pincel por una pistola, haciendo referencia a su
participación en el primer atentado a Trotsky.
En muchos países
no occidentales, que no se podría calificar de sostener una política cultural
comunista, determinados intelectuales y artistas comunistas pasan a ocupar
importantes cargos institucionales. Esto tiene que ver con políticas de
prestigio más que con la encarnación de una utopía. Los comunistas practican un
“entrismo” institucional que a la postre se revela muy eficaz, en el seno de
estructuras estatales que carecen de especialistas, en una época –como los años
sesenta- en que los aparatos universitarios ejercen funciones de ministerios de
cultura avant-la-lettre. Es lo que ocurrió en Chile entre los años
sesenta y setenta. Es probable que esto haya tenido lugar, también, en algunas
ciudades, en Brasil, en la misma época. Sin embargo, en países de fragilidad estatal significativa
esto se saldó con razzias enormes.
De todos modos,
el acceso de las clases desfavorecidas al goce de bienes culturales
universales, no es propio de un programa comunista. Hay una concepción burguesa
que reivindica dicho culturalismo y que se hace responsable de las primeras
polñiticas de difusión cultural, practicando un paternalismo muy propio de la
época. Lo pienso en relación al surgimiento de un interés por la reivindicación
de las artes populares, desde una mirada culturalista de corte germano, que fue
muy popular en los años treinta. Todo esto tuvo una estrategia no-comunista de
desarrollo de planes de “promoción popular”, llevados adelante por un gobierno
demócrata-cristiano, entre 1964 y 1970. Programa al que los comunistas se
“pliegan”, ocupando el aparato del Estado que debe llevar adelante dichos
programas.
El regreso a la
democracia, en Chile, todavía en 1990, se caracterizó por una exclusión en
forma de todo personal comunista que pudiera habilitar la reconstrucción de su
cultura partidaria, que había sido muy fuerte hasta 1973.
Gracias, Marcelo
Ridenti, por su contribución.
Justo Pastor
Mellado
AICA - Chile
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